miércoles, 25 de noviembre de 2009

BARRABAXU



Ocurre que las cosas pasan. Pasa la gloria que, en un momento dado, fue actualidad, hizo furor y acaso alarma, estableció época. Y quedó lo sólido y permanente, lo que es que Dios, porque es ley de vida que la muerte del César se extienda y arrase consigo a todo lo que del César es.
Los monasterios son ejemplo de lo que venimos afirmando. Precisamente porque el claustro es constancia y seriedad ve pasar y caer imperios y triunfos del momento. Se hace entonces cierto que los reinos y la tierra pasan, mientras la palabra y el espíritu permanece.
La opinión general de la historiografía clásica sostiene que fue San Martín capital del reino ya que, sencillamente, el rey Aurelio sentó allí su corte. Lo cierto es que en San Martín, al lado y al amparo de la corte, surgió un monasterio que, al caer la grandeza de lo real, siguió manteniendo firme, bajo el mismo cielo de siempre, antigüedad y tono serio, serenidad y alabanza a Dios.
He aqui que, cuando la leyenda nace, la época de espenlor sólo quedaba en el recuerdo. Y en el monasterio solo cinco monjes ejercitaban el alto ministerio, la profesión no humana de la alabanza. Una paz sencilla, no aparatosa, como es toda paz cuando es auténtica, rodeaba la vida de estos cinco monjes. Y una felicidad les recorría todos los instantes de su concienzudo trabajo y de sus días llenos de fruto grato a Dios.
Pero hubo un día en que esa calma se partió en dos: el pueblo y los contornos se cubrieron de intranquilidad ante la presencia de un malhechor que arrasaba propiedades y mieses, que robaba y asesinaba sin escrúpulo. Se le llamó Barrabaxu. Se rompió, decimo, la paz del claustro por esa sencilla razón de que quienes no son del mundo sienten el dolor y el estremecimiento, la alegría y la intranquilidad que el mundo siente, como si fuese propia.
Cierto día volvía de sacramentar a un vecino de Sanfrechoso uno de los padres del monasterio. Con paso torpe y mente ágil,con cansancio de jornada repleta y animosidad, se dirigía, durante la noche, al monasterio. Fue entonces cuando Barrabaxu, en busca de dinero y de botín, se precipitó sobre él y le maltrata. Después se interna de nuevo en la soledad y la noche, su amiga, dejando al pobre fraile malherido en el camino.
Pero hay un momento ej que el desasosiego y la intranquilidad entran en la vida del bandido y representan un papel principal. Es el momento en que el sueño y la paz desaparecen en la existencia de Barrabaxu. Hay en él algo que le va minando y recorriendo; sus delitos le punzan por todas partes.
Las puertas de los monasterios se abren, por lo general, para cosas importantes y grandes, aunque diarias y aparentemente minúsculas. Son puertas por la que de ordinario entra la pesadilla y sale la calma. No sin razón suele decirse que el monasterio es remanso y oasis.
-¿Que deseas hijo mio? -pregunta una voz sencilla pero segura, con la seguridad de quien si no todo lo hace bién, si intenta hacerlo.
Enfrente a esta voz en calma se encuentra un hombre jadeante e intranquilo.
-Quiero confesarme -dice.
De principio todo tiene aire de normalidad. Pero no, porque el hombre que ahora se acoge al convento es Barrabaxu, la pesadilla y el terror del resto de la gente.
El fraile le confiesa. Después, sacando de entre su hábito un vaso de barro, se lo entrega a Barrabaxu con estas palabras: "Cuando llenes este recipiente quedarán perdonados tus pecados".
El malhechor se dirige con premura al río. Pero lo que en otro caso, en todos los otros casos posibles resultaría fácil, incuestionablemente, aquí no ocurre. Barrabaxu, acude a otro y otro río; va al mar. Pero el agua no entra en el recipiente. O mejor, había que decir que el agua no quiere entrar.
De pronto, y así como un día entró la vida y en el alma del malhechor el desasosiego, se hace presente ahora, inesperadamente, la claridad absoluta. Y fue de peregrinación a Covadonga.
Conveniente sería aquí una pausa ante el suceso no común, ante el hecho de que la leyenda llegue a Covadonga, nos lleve a los pies de la Madre de Asturias, cuna de reconquistadores. Pero, en este caso, renunciamos al comentario y al paréntesis porque es importante seguir diciendo, sin respiro y sin pausa, que fue en Covadonga y ante la Virgen donde el vaso se vio repleto, lleno de perdón y de penitencia al mismo tiempo. Y no ocurrió esto de modo normal porque no acudió Barrabaxu a fuente alguna húmeda, sino que lloró y lloró ante la Virgen. Entonces el agua brotó de él, de la fuente de sus ojos. Porque lo que no sabía hasta el tal momento Barrabaxu era que el agua requerida debía ser agua de dolor y llanto, de arrepentimiento y de propósito. Y también comprendió el malhechor que solo en Covadonga y ante la Señora de las montañas era posible colmar el vasoo de la penitencia.
-Gracias, Señor, por tu perdón -era la frase única y sentida que salía de los labios de Barrabaxu, repetida incansablemente.
Y se cuenta cómo volvió a San Martín y se hizo monje. Su cargo fue el de portero; y él, que había sido un día recibido y confortado, tuvo por misión recibir y confortar. Y aunque su nombre fuese desde entonces el de Pedro, para la gente siguó siendo Barrabaxu.

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