lunes, 23 de noviembre de 2009

El aviso del Cid



A oídos de Alfonso IX de León había llegado la fama de San Salvador de Oviedo, a donde acudían en tropel, según Rodrigo Jiménez de Rada, "de todas partes del mundo los pueblos cristianos a loar a Dios y pedirle merced". Así se expresaba la copla :
"El que va a Santiago
y no al Salvador,
visita al criado
y deja al Señor"

Dispuso viaje el monarca, llenó de dones su arca andariega y con vistosa y nutrida comitiva se vino de romería a Oviedo. Con gran satisfacción y júbilo, con estrépito y con murallas y calles bien engalanadas recibieron los de Oviedo a su rey. Rezó Alfonso IX ante el Señor San Salvador y se retiró a descansar.
Bien entrada la noche, dos sombras se acercaron a la puerta mayor de la catedral, alzaron el aldabón y lo dejaron caer fuertemente. El ruido, pesado y sordo, cruzó todo el recinto sagrado como un rayo. Nadie respondió. Pasados unos momentos el aldabón volvió a sonar, más fuerte y más insistente.
Tiempo después alguien preguntó desde dentro :
- ¿Quién va?
No hubo respuesta. El propio prelado don Juan, que había oido los ruidos desde sus aposentos, acudió a preguntar :
- ¿Quién llama así en la Casa del Señor ?
Las sombras respondieron
- Somos Fernán González y Rodrigo Díaz de Vivar.
- ¡ Santo Dios ! ¡ Ambos sois muertos ! -dijo el obispo don Juan.
- Y muertos venimos. Decid al rey don Alfonso que dentro de tres días tendrá lugar la batalla de las Navas de Tolosa y que nosotros le daremos el triunfo.
Se hizo silencio. Las sombras se alejaron y se diluyeron en la noche.
Tres días después, pese a la ausencia del monarca en el campo de batalla, Dios le cubrió de gloria en las Navas. No faltó quien asegurase que por las armas cristianas habían peleado como bravos dos caballeros fantasmas montando soberbios alazanes oscuros y cubiertos de negras capas.
Noticioso el soberano, daba
"... crecientes gracias
a Dios y Santa María
por esta tan gran victoria
y gloria tanta complida"

Consta el suceso en gruesos pergaminos escritos por muy reverendos cronistas. Uno de ellos, Alfonso Marañón de Espinosa, lo refiere de esta manera.
"Y sucedió en esta Santa Iglesia lo que a muchas personas
graves y doctas he oído contar. Una noche, antes de que se diera la batalla, dieron grandes golpes a la puerta mayor de esta Santa Iglesia. Despertaron los sacristanes y preguntando quienes eran, les respondieron que eran el Cid y el Conde Fernán González, que iban a ayudar en la batalla al rey de Castilla. El siguiente día y la noche siguiente volvieron a dar los mismos golpes, y dijeron a los sacristanes que eran los mismos de la noche pasada y que avisasen a su rey cómo el rey de Castilla había vencido en la batalla y muerto grandísimo número de moros".
Ante la afirmación de un cronista tan sesudo sólo nos resta decir:
"Y si lector, dijeres, ser comento,
como me lo contaron te lo cuento".

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